Falta Aceite (la leyenda)
Cada tanto, en las tertulias aeronáuticas, esas que se arman en el Aeroclub Mercedes, en los días en que la meteorología no permite alzar el vuelo, aparece la historia de los “Cuatreros del aceite”. Según se adentra la mateada, la historia va tomando distintas formas, pero casi todas ellas coinciden en que, una mañana ventosa, había llegado hasta el lugar un PA-11 blanco con vivos rojos. Dos ocupantes. Casi un operativo comando. No forzaron los candados del hangar. Fueron rápidos y eficaces.
Era un día en que no había nadie más que el casero del Club, y he allí la primera espina en las patas cortas de las historias de Don Cosme. El viejo era de andar acompañado de la botella y, en la soledad del campo, a veces, la imaginación suele entremezclar los recuerdos.
Dicen que nadie había en el aeródromo aquella mañana,
y que el viejo cuidador recortaba el pasto de la cabecera 28 con el tractor.
Esa pista, es mas corta. Arrancaba con el corte bien temprano y a media mañana
tenía una alfombra suave de casi 700 metros. Decía Cosme que “¡casi le
arrancaban la boina los desgraciaos esos!” Le pasaron rozando la cabeza y
aterrizaron “cortito”. Antes del cruce de pistas enfilaron con motor fuerte
hasta el hangar. De lejos vió que uno de ellos bajaba mientas que el otro
mantenía el aeroplano en marcha. No sabe cómo hicieron, pero en un abrir y
cerrar de ojos (y de portones) entraron al Hangar y salieron con
unas latas de
aceite que se resguardaban celosamente en tiempos de carencias de hidrocarburos.
Tan rápidos estuvieron los sotretas que, en su traqueteo, el oxidado tractor no
lo llevó a tiempo hasta la casa como para manotear la escopeta y darles un
recibimiento apropiado a su impertinencia.
“¡Como una liebre!”, dijo el casero, refiriéndose a lo que, a la distancia parecía una chica, se volvió a subir al PA -11 y, sin cerrar la compuerta, comenzaron el carreteo hasta la cabecera que los había recibido. Ahora el viejo estaba lejos otra vez, al lado del alambrado de la casa, cargando un cartucho en cada caño.
“¡No me van a joder a mi!” gritó trabando la culata contra el hombro derecho y, cerrando un ojo, atravesó la distancia con un certero disparo que destrozó (El hombre era de exagerar) el empenaje vertical del aerodino blanco de los malhechores que ya había decolado.
Según Don Cosme, el aparato continuó volando, surcando el cielo y “…enfilando como pa´ Lujan, por decir un rumbo…” pero con una estela de humo negro que se desprendía de la cola; por supuesto debido al justiciero cañonazo en una parte tan improbable como ignífuga de la nave invasora.
Nadie pone las manos en el fuego por las anécdotas del guardián del Aeroclub, pero lo cierto es que en los balances del pañol de aquellos meses, faltaron cuatro latas de aceite. Incluso algunos pilotos que solían recorrer el campo de vuelo a pie dicen haber encontrado restos de tela blanquecina, pintada con dope. Vaya a saber….
Hasta ahí todo puede ser una leyenda, excepto por un misterioso testimonio encontrado muchos años después del fallecimiento del viejo cuyas cenizas duermen al rocío de la cabecera 01 (Un pedido de Cosme. Una vez había ganado un décimo del “Gordo de Navidad” con aquel número). Un niño, que jugaba con el perro en un rincón del hangar, descubrió, entre viejos trastos apilados, una hoja de papel con unas anotaciones de las que le llamó la atención una especie de rúbrica que finalizaba en la silueta, perfectamente definida, de un avión en viraje suave. Aquella hoja, manchada de óxido y grasa, probablemente extraída de un anotador y escrita a mano, hacia referencia a cierta “falta de aceite”.
El papel aún se puede ver, enmarcado, en la pared en que cuelgan los recuerdos del Aeroclub Bonaerense.
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