Cicaré... y mi Tío Mingo

 

Cicaré, un genio contemporáneo. Un laburante de la ideas. El primer helicóptero de verdad, en vivo y en directo, que vi en mi vida (8 ó 9 años) fue al detener el pedaleo en aquel camino polvoriento (¡Por algo le llamaron "Polvareda" al paraje!) Apoyé la bici contra un árbol, y me paré  pisando el primer hilo del  alambrado trabando los brazos  en el alambre superior.

Éxtasis. 

Mi querido Tío Mingo, que había avanzado unos metros hasta que se dió cuenta que yo ya no lo seguía. Volvió con su "Hispano France" de carretera (Carretera en serio, de cuando las carreteras recibían ese nombre por el transitar de los... carros) y se apeó de su bici detrás de mí. Me respetó el silencio de observador por un rato e interrumpió el soplido de la brisa entre las ramas: "Este es el campo de Cicaré.  Dicen que a éste -señalando la aeronave que descansaba sobre sus esquíes frente a un galpón - le puso un motor de Falcon". Con el tiempo supe que, ése modelo en particular (el CH-2), ya portaba un motor aeronáutico Lycoming de 180 HP y a la larga entendí algunas de las leyes de la aerodinámica. Al menos lo suficiente como para aprobar un par de exámenes; mas siempre me costó entender como volaban las aeronaves de alas rotativas. Esa bruma de ignorancia persistió hasta que un día, en las míticas charlas de los comienzos de la EAA Argentina que se daban en la Escuela Agraria del autódromo de la Ciudad de Buenos aires, (bueno, así de raro, pero así era les digo a los mas jóvenes) el Sr. Gustavo Brea disipó, con sus conocimientos y magistral didáctica, aquel misterioso embrollo de mi limitado entendimiento.

Hace unos años volví a Saladillo. Recorrí de memoria algunos de aquellos caminos. Calculé distancias que me parecían infinitas en el pedalear de un niño y las reduje a un rato de auto. Re estimé una incipiente arboleda, firmes troncos de 20 cm de diámetro en la que se apoyaba con confianza una bici aurorita, y re pensé un paisaje de frondosos robles que siguen custodiando aquel camino vecinal entre pueblos. Estacioné largo rato observando las instalaciones mejoradas de aquel establecimiento. Ya no uno, si no dos helicópteros modernos posaban frente a mí.

Todo tiene dimensiones ciclópeas cuando uno es un pibe. Así de grande era mi Tío Mingo,  aunque muchos familiares y amigos lo cargasen por su baja estatura. 

Antes de retomar la ruta, cerca ya del atardecer, pasé por la estación de aquel tren que nos llevaba hasta allí después del trasbordo en Empalme Lobos. Me aseguré de dejar las cenizas del Tío cerca del poste derecho del nomenclador de la estación Saladillo. Ese punto donde la locomotora de vapor se detenía cada noche a resoplar bufidos de cansancio.

Comentarios

  1. Que decirte DANY,ante semejante relato de tu primera vez de ver un helicóptero,y nada menos que UNO de los primeros del gran "Pirincho"CICARE!.primero el de muy chiquito,y luego el del sublime acto de llevar las cenizas del Tío MINGO!.Hermosisimo.

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    1. Gracias!! Por favor decime quien sos pues el blog muestra tu comentario como "Anónimo". Gracias por tu atención y tu lectura.

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    1. Gracias!! Por favor decime quien sos pues el blog muestra tu comentario como "Anónimo". Gracias por tu atención y tu lectura.

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