El forastero

El forastero se acercó a la tranquera dispuesto a hacer sonar por segunda vez la campana, agitando la cadena del llamador. El otoño se hacía sentir en aquel pueblo costero desde el frío de la noche y desde la soledad de las calles de arena.

En el interior de aquel viejo Galpón sonaba Música amigable a un volumen que ahogaba el tañido vibrante. Quienes estuvieran adentro estaban compartiendo un buen momento, en tan grata compañía que ninguna campana lejana podía (ni debía) interrumpir. 

El soplido de la brisa costera se armonizó con un creciente ronroneo inconfundible: Las luces de un brillante Citroën 3 CV se apagaron frente a la tranquera, mas no cesó en la rítmica de sus dos cilindros, pues una vez que hubo descendido, el pasajero extendiendo la mano que le quedaba libre a modo de saludo y quien conducía se alejó haciéndose parte del viento.

El Hombre le echó una mirada al forastero y, sin interrogatorio alguno, abrió la tranquera y lo animó a pasar hacia el fondo de aquella casa que despedía humo de eucalipto por la chimenea y vibraciones fuertes desde las ventanas. – El Galpón está siempre abierto para los amigos - dijo el Hombre que acababa de bajar de la nave mientras se acomodaba la gorra sobre cuya visera descansaban sus lentes de sol y, cambiando de mano la bolsa en la que parecía traer algunos víveres que luego se compartirían en la mesa de amigos, extendió la mano: -Adrián – se adelantó a formalizar. El Forastero respondió al gesto de aquel sujeto de mirada sincera y actitud campechana, apretando con su diestra, ya no una mano que desde ese instante supo amiga, si no un manojo de emoción que corre por el antebrazo hasta transformarse en la segura sensación de que, aquel primer encuentro, en una noche desapacible de otoño, iba a transformarse en un puente hacia vivencias incomparables. – Dany, respondió el forastero. Ambos entraron haciendo el ritual “saludo del Artista” tras el telón de acceso a aquel sitio custodiado por un Ángel Guardián de las Causas Nobles.