El destino es inimputable.

 

El destino no roba nuestras ilusiones. Nosotros las abandonamos. Comodidad, cansancio, falta de interés o convicción. La moneda por encima del ideal. La seguridad en lugar de la incertidumbre de la lucha permanente. Un tratado de rendición conveniente, en lugar de quemar las naves. La decisión en manos de otro. Otro, que ni sabe ni le interesa lo que pensamos ni sentimos. Pero otro, así no es culpa nuestra. 

El destino no se robó nuestras ilusiones. Decidir permanecer libres de culpa y cargo a causa de no haber hecho nada. Nada de que culparnos, nada de qué hacerse cargo. El silencio cauteloso y la no confrontación, ya no por una impronta pacifista que sólo quedaría bien en Gandhi, o en alguien con su fortaleza. El silencio, tan sólo por mantenerse al margen de un cuaderno en el que podrían haberse escrito páginas de gloria, poemas de insurrección, cartas de amor y declaraciones de guerra a la corrupción y la cobardía. El destino es inimputable. Carece de malicia, si se lleva algo entre sus garras justicieras es, casi sin lugar a dudas, porque nosotros se lo hemos entregado.


Daniel Pereyra.

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