Carola.

 

Cientos, miles de personas se congregan en el que ahora llamamos Cementerio de la Recoleta. Todos quieren rendir un homenaje pasando cerca del féretro que aloja el cuerpo de una mujer que torció el brazo de las imposiciones de su época. Lleva por mortaja un tumulto de tela, al mismo tiempo suave y resistente, como esas mujeres que saben lo que quieren y luchan por ello. Algunos veían como una herejía que se arropase un cadáver con la sedosa tela de un paracaídas. Otros, los que sabían de qué se trató la vida de Carola Lorenzini, apreciaban aquel manto como un emblema de su paso a la gloria.

Carolina Elena fue la séptima de los ocho hijos de José y Luisa. Cuando nació, en agosto de 1899, aquel paraje se denominaba “cuartel 8”. Pasó un tiempo hasta que los tendidos ferroviarios le asignasen al poblado la denominación de “Empalme San Vicente”, y mucho tiempo mas para que en la actualidad le llamemos Alejandro Korn a la pujante cuidad del conurbano que tiene una calle con el nombre de su heroína.

Desde pequeña supo que una familia humilde y numerosa se construía con el esfuerzo de todos sus integrantes. Quizá esa certeza la forjó en destrezas poco usuales para una niña de la época. El contexto semi rural, la convivencia con sus hermanos y unos padres comprensivos, permitieron que la joven Carola, como todos la llamaban, se destacase como amazona que dominaba con destreza los caballos, fuera atleta y nadadora que además destacó en tenis y obtuvo, siendo muy joven, gran cantidad de trofeos en distintas disciplinas deportivas.

Pero hubo un día, entre todos sus días, que cambió su forma de ver el mundo. Una nueva perspectiva de la vida. Fue una tarde, en que visitando el aeródromo de Morón, consiguió hacer su primer vuelo en un avión. Aquella joven, que se había formado en el oficio de la taquigrafía y que, a raíz de ello, consiguió un codiciado empleo en la Unión Telefónica, se trepó a la estructura de la máquina voladora que piloteaba Don Victoriano Pauna.

El piloto estaba acostumbrado a llevar gente ávida de probar las sensaciones del vuelo, pero notó algo especial en aquella muchacha que se sintió fascinada por la experiencia y que unos meses después ya se habría asociado al Aeroclub Argentino para iniciar su curso de Piloto Civil.

Carola fue la primera mujer en su pueblo que condujo un automóvil. No pasaría mucho tiempo hasta que ese novedoso hecho quedase reducido a una simple anécdota.

Vendió su bicicleta, también un diccionario enciclopédico que la había acompañado en toda su escolaridad para poder pagar el inicio de su curso de Piloto. Iba a entrenarse en el vuelo muy temprano por las mañanas en Morón, para luego viajar al centro y cumplir con sus tareas en la Empresa de Teléfonos.

Como en todo lo que emprendía puso toda su dedicación. Así que comenzando sus estudios y prácticas el 1 de Agosto de 1933 con el Instructor José Cigorraga, obtuvo su licencia de Piloto de Aviación Civil el 4 de noviembre del mismo año.

Su primer vuelo como Piloto fue hacia San Vicente. ¡¿Que habrán pensado sus vecinos al ver un aeroplano merodeando los cielos del pueblo?!

A partir de entonces la vida de Carola se convirtió en una sucesión de desafíos vinculados a su pasión por el vuelo.

Desde batir un record de altura ascendiendo a mas de 5800 metros en marzo del ´35, hasta convertirse en la primera Mujer Instructora de Vuelo en Sudamérica.

La “Paloma Gaucha” como le solían apodar por su habitual atuendo de bombachas de campo, botas y pañuelo al cuello, era requerida por personas e instituciones en la búsqueda de favores y promoción. Siempre atenta, trataba de cumplir con difundir mensajes a través de la suelta de volantes desde el aire o arrojando caramelos desde su avión para los niños reunidos en algún parque.

Al tiempo que batía récords, se iba perfeccionado en su oficio, obteniendo licencias para volar como Piloto Internacional, navegar por instrumentos y entrenándose en el vuelo acrobático. Esta gran dedicación y las recurrentes ausencias le valieron el despido de su trabajo formal. Lejos de preocuparse, se sintió mas libre para realizar sus proyectos.

Voló a diversos destinos a lo largo de su carrera. Una de sus hazañas mas recordadas fue su raíd, en 1940, a lo largo de todo el país uniendo con su avión las que por entonces eran 14 provincias y tres territorios nacionales.

Posiblemente Carola no estaba consciente de que su intervención en un ambiente hasta entonces dominado por los hombres, no sólo representaba un aporte al fomento de la incipiente aviación argentina, si no también una fuerte consolidación de la inserción social y cultural de la Mujer en épocas en que aún habría que esperar casi dos décadas para la llegada del voto femenino.

La prensa de entonces requería su testimonio con frecuencia y, recurrentemente, la abordaban con preguntas acerca de sus intenciones sobre casarse o formar una familia. Ella solía responder que aquel día 4 de noviembre del ´33 había hecho su vuelo más importante “desposándose con el aire”.

El otro vuelo significativo y definitivo, sería el malogrado acto acrobático que terminaría en la colisión fatal del 23 de noviembre de 1941 en el Aeródromo de Morón. Un apresurado intento por hacer una exhibición de destrezas aeronáuticas para una delegación internacional le valió el accidente que le adelantó su paso a la inmortalidad y que nos pone en el inicio de este relato: Un pueblo despidió a una Mujer increíble para su tiempo. Un pueblo que, años después, lograría que los restos de su heroína descansen, repatriados al pago chico, en el cementerio de San Vicente.

Carola Lorenzini, una Mujer que voló más allá del alcance de su aeronave: Sobrevoló su tiempo y puso en lo alto las capacidades y las fortalezas de su género.


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